Algete con José Valdezate
El domingo 6 de octubre pudimos conocer mejor nuestro pueblo gracias a las explicaciones de un vecino muy querido y que lo conoce como pocos, José Valdezate.
A las 11.00 de la mañana empezamos la ruta desde la Casa de la Juventud. Junto a esta nos hemos acercado al Camino de Madrid, primitiva entrada a Algete, para reconocer los restos de la antigua calzada. Allí podemos ver el que fuera abrevadero principal, que aprovechando el desnivel del terreno era idóneo para el ganado más alto como caballos, mulas y vacas, y en su zona más baja para ovejas. Todavía podemos ver alguna de las grapas de hierro que unían los bloques de hormigón y que antaño se juntaban con plomo fundido.
José nos recuerda que como fecha de referencia nos tenemos que remontar a 1556.
Subimos por la calle del Caldo, donde debía haber una casa en la que se preparaba sopas y caldos para los transeúntes y vagabundos, y de ahí pudo tomar su nombre.
Dejamos atrás la Travesía del Caldo, que llegó a llamarse General Mola durante la dictadura . Esta nos lleva a la casa del Arzobispo Murúa, de ahí su nombre actual.
Al caminar por esta zona vamos notando como las calles se van estrechando, lo que nos indica que nos adentramos en la zona originaria del pueblo. Cuanto más anchas las calles, más moderna es su construcción.
Desde esta zona hay una magnífica vista de la torre y el campanario de la iglesia.
A la izquierda, hemos sabido que se encontraba la antigua plaza del mercado. La enmarcaban casas con corrales y soportales. Por aquel entonces la calle Alcalá no existía, era una vereda que llegaba al arroyo. Bajo los soportales se ubicaban las tiendas fijas, y en el centro debía encontrarse el rollo o picota, donde se ataba a los delincuentes para azotarles a latigazos y otro tipo de castigos. Este era uno de los elementos de correctivos que tenían por aquel entonces, como el cepo y las cadenas. A las afueras, cerca de la ermita del Humilladero (o de la Soledad), se debía encontrar la horca, para que el olor de los ajusticiados no llegara al pueblo, pero sí sirviera de ejemplo de lo que podía pasar a los delincuentes que entraran en el pueblo.
En la segunda mitad del siglo XIX, la gente más adinerada comenzó a comprar terrenos para construir casas grandes y la plaza del mercado, frente al actual supermercado Condis, desapareció.
La calle Huertas, que conserva su nombre original, solo contaba con viviendas en uno de los lados de la calle. La zona que daba a la pendiente la utilizaban para las huertas.
Tras recorrer la calle Fraguas llegamos a lo que fue el arroyo del Almuñadero o la Cerrada, que lo cruzaba el desaparecido puente del Arrabal. Allí estaba la fuente llamada la Revoltosa, porque muchas veces salía con burbujas...
El barrio del Arrabal, pude ser el barrio judío por sus calles estrechas para evitar el sol, donde se trabajaba el oro, la plata y las piedras preciosas.
Allá por 1850, donde hoy solo vemos un solar, se instaló una fábrica de jabón, cuyos restos de sosa y aceite iban a parar a un pozo ciego y también a la fuente la Revoltosa. Ahora se entiende mejor el apodo.
La calle de Alcalá también nos adentra por el barrio mudéjar y morisco que llegaba hasta el actual edificio de Las Fuentes. Por allí, aparecieron ocho cuevas, cada una perteneciente a su respectiva casa. En la segunda de ellas, José Valdezate encontró una celosía de madera morisca con estrellas de ocho puntas que podía tener 500 años. En cuanto cambió la temperatura y humedad en la que se había conservado, se deshizo instantáneamente.
Parece ser que los judíos utilizaban la Fuente del Cigarral, mientras que los moriscos preferían la de Virtudes.
En el Cerro Aragón, sobre la Fuente del Burro, ser excavaron cuevas que sirvieron de refugios durante la Guerra Civil. Todavía hoy, el cerro está surcado por túneles que tenían salidas diversas, algunas de ellas por el olivar que coronaba la colina. En un fondo de saco se encontraron balas, algún arma y ropa militar. Cuenta Jose que los críos de aquel entonces (entre los que se encontraba él mismo) hicieron una pequeña hoguera a espaldas de la iglesia y echaron las balas al fuego. Cuando aquello empezó a estallar, todos salieron corriendo muertos de miedo, tanto los críos como los guardia civiles del cuartel cercano que dormitaban la siesta. El susto no debió ser pequeño, ya que por aquel entonces, todavía se escondían maquis de la guerrilla antifranquista por los alrededores y a los guardias les puso en alerta.
Junto a la fuente de las Virtudes, debía haber sauces, de modo que cuando, sin saberlo, los vecinos que esperaban a que se llenaran los cántaros, se sentaban a mascar sus hojas, mejoraban de sus dolencias (por el ácido salicílico que contienen).
Así que en nuestro pueblo convivieron las tres culturas. Los mozárabes eran aquellos hispano-romanos que se quedaron en sus hogares y tierras cuando los árabes invadieron la península. Y es que la historia nos revela, frente a la creencia general, que no hubo tantas batallas, sino que se llegaba a acuerdos. Los mozárabes fueron estupendos canteros. Los mudéjares –los árabes que se quedaban ante el avance de la reconquista con algún tipo de capitulación– por su parte, eran excelentes alarifes (albañiles), albéitares (veterinarios) y alfayates (sastres).
En cuanto la arquitectura, podemos comprobar en el pueblo cómo antiguamente se enfoscaban las fachadas. Pero desde Aragón llegó la tendencia de empezar a dejar el ladrillo al descubierto y se comenzó a enlucir más los ladrillos. Desde la calle Cantarranas, donde antiguamente se encontraba uno de los lavaderos del pueblo, se puede ver perfectamente el ladrillo de la iglesia que queda sin tapar. De hecho muchos piensan que lo más bonito de la fachada de la iglesia es ese ladrillo mudjéjar con cuarteles donde se mezclaban cantos rodados para economizar en ladrillo.
La iglesia actual fue en sus comienzos una ermita de una sola nave y sin torre, aunque sí contaba con espadaña. La ubicación de la ermita se pensó para que estuviera cerca del arroyo entre los dos cerros, el de la Concepción (donde se levanta hoy el CEIP. Obispo Moscoso) el mencionado Cerro de Aragón.
Se tuvo que allanar la zona, pero los terrenos no eran firmes, por eso se tuvo que levantar el segundo muro de contención.
Por el lado contrario (lo que hoy es la fachada frontal de la iglesia), los algeteños jugaban al frontón. La iglesia que se construyó aproximadamente en 1550, de estilo mudéjar, contaba con su puerta principal, la puerta del Sol, en la que ahora es la parte de atrás.
Bajo su porche se celebraban las reuniones del concejo. Pero tras un robo en 1898, en el que que se llevaron todo el oro y la plata, hasta descosiendo las casullas de oro del cura, se decidió cerrar esa puerta y abrirla en la actual ubicación.
Con el tiempo y más recursos se pudo construir la torre de cuatro cuerpos. Se puede ver que en la base los sillares antiguos que pudieron ser restos usados del barrio del Castillo son de piedra rubia de Tamajón.
Y hasta aquí fue lo que nos dio tiempo a ver esa mañana. Nos quedamos con ganas de más, porque todavía hay mucho que conocer. Así que José nos emplazó gustoso a una próxima cita. Avisaremos con tiempo para que reservéis la fecha. Gracias a José por su tiempo, su relatos y sus conocimientos, y también muchas gracias a los más de 60 vecinos y vecinas que vinisteis a compartir la mañana con nosotros.
Fotos: Betty Luján
A las 11.00 de la mañana empezamos la ruta desde la Casa de la Juventud. Junto a esta nos hemos acercado al Camino de Madrid, primitiva entrada a Algete, para reconocer los restos de la antigua calzada. Allí podemos ver el que fuera abrevadero principal, que aprovechando el desnivel del terreno era idóneo para el ganado más alto como caballos, mulas y vacas, y en su zona más baja para ovejas. Todavía podemos ver alguna de las grapas de hierro que unían los bloques de hormigón y que antaño se juntaban con plomo fundido.
José nos recuerda que como fecha de referencia nos tenemos que remontar a 1556.
Subimos por la calle del Caldo, donde debía haber una casa en la que se preparaba sopas y caldos para los transeúntes y vagabundos, y de ahí pudo tomar su nombre.
Dejamos atrás la Travesía del Caldo, que llegó a llamarse General Mola durante la dictadura . Esta nos lleva a la casa del Arzobispo Murúa, de ahí su nombre actual.
Al caminar por esta zona vamos notando como las calles se van estrechando, lo que nos indica que nos adentramos en la zona originaria del pueblo. Cuanto más anchas las calles, más moderna es su construcción.
Desde esta zona hay una magnífica vista de la torre y el campanario de la iglesia.
A la izquierda, hemos sabido que se encontraba la antigua plaza del mercado. La enmarcaban casas con corrales y soportales. Por aquel entonces la calle Alcalá no existía, era una vereda que llegaba al arroyo. Bajo los soportales se ubicaban las tiendas fijas, y en el centro debía encontrarse el rollo o picota, donde se ataba a los delincuentes para azotarles a latigazos y otro tipo de castigos. Este era uno de los elementos de correctivos que tenían por aquel entonces, como el cepo y las cadenas. A las afueras, cerca de la ermita del Humilladero (o de la Soledad), se debía encontrar la horca, para que el olor de los ajusticiados no llegara al pueblo, pero sí sirviera de ejemplo de lo que podía pasar a los delincuentes que entraran en el pueblo.
En la segunda mitad del siglo XIX, la gente más adinerada comenzó a comprar terrenos para construir casas grandes y la plaza del mercado, frente al actual supermercado Condis, desapareció.
La calle Huertas, que conserva su nombre original, solo contaba con viviendas en uno de los lados de la calle. La zona que daba a la pendiente la utilizaban para las huertas.
Tras recorrer la calle Fraguas llegamos a lo que fue el arroyo del Almuñadero o la Cerrada, que lo cruzaba el desaparecido puente del Arrabal. Allí estaba la fuente llamada la Revoltosa, porque muchas veces salía con burbujas...
El barrio del Arrabal, pude ser el barrio judío por sus calles estrechas para evitar el sol, donde se trabajaba el oro, la plata y las piedras preciosas.
Allá por 1850, donde hoy solo vemos un solar, se instaló una fábrica de jabón, cuyos restos de sosa y aceite iban a parar a un pozo ciego y también a la fuente la Revoltosa. Ahora se entiende mejor el apodo.
La calle de Alcalá también nos adentra por el barrio mudéjar y morisco que llegaba hasta el actual edificio de Las Fuentes. Por allí, aparecieron ocho cuevas, cada una perteneciente a su respectiva casa. En la segunda de ellas, José Valdezate encontró una celosía de madera morisca con estrellas de ocho puntas que podía tener 500 años. En cuanto cambió la temperatura y humedad en la que se había conservado, se deshizo instantáneamente.
Parece ser que los judíos utilizaban la Fuente del Cigarral, mientras que los moriscos preferían la de Virtudes.
En el Cerro Aragón, sobre la Fuente del Burro, ser excavaron cuevas que sirvieron de refugios durante la Guerra Civil. Todavía hoy, el cerro está surcado por túneles que tenían salidas diversas, algunas de ellas por el olivar que coronaba la colina. En un fondo de saco se encontraron balas, algún arma y ropa militar. Cuenta Jose que los críos de aquel entonces (entre los que se encontraba él mismo) hicieron una pequeña hoguera a espaldas de la iglesia y echaron las balas al fuego. Cuando aquello empezó a estallar, todos salieron corriendo muertos de miedo, tanto los críos como los guardia civiles del cuartel cercano que dormitaban la siesta. El susto no debió ser pequeño, ya que por aquel entonces, todavía se escondían maquis de la guerrilla antifranquista por los alrededores y a los guardias les puso en alerta.
Junto a la fuente de las Virtudes, debía haber sauces, de modo que cuando, sin saberlo, los vecinos que esperaban a que se llenaran los cántaros, se sentaban a mascar sus hojas, mejoraban de sus dolencias (por el ácido salicílico que contienen).
Así que en nuestro pueblo convivieron las tres culturas. Los mozárabes eran aquellos hispano-romanos que se quedaron en sus hogares y tierras cuando los árabes invadieron la península. Y es que la historia nos revela, frente a la creencia general, que no hubo tantas batallas, sino que se llegaba a acuerdos. Los mozárabes fueron estupendos canteros. Los mudéjares –los árabes que se quedaban ante el avance de la reconquista con algún tipo de capitulación– por su parte, eran excelentes alarifes (albañiles), albéitares (veterinarios) y alfayates (sastres).
En cuanto la arquitectura, podemos comprobar en el pueblo cómo antiguamente se enfoscaban las fachadas. Pero desde Aragón llegó la tendencia de empezar a dejar el ladrillo al descubierto y se comenzó a enlucir más los ladrillos. Desde la calle Cantarranas, donde antiguamente se encontraba uno de los lavaderos del pueblo, se puede ver perfectamente el ladrillo de la iglesia que queda sin tapar. De hecho muchos piensan que lo más bonito de la fachada de la iglesia es ese ladrillo mudjéjar con cuarteles donde se mezclaban cantos rodados para economizar en ladrillo.
La iglesia actual fue en sus comienzos una ermita de una sola nave y sin torre, aunque sí contaba con espadaña. La ubicación de la ermita se pensó para que estuviera cerca del arroyo entre los dos cerros, el de la Concepción (donde se levanta hoy el CEIP. Obispo Moscoso) el mencionado Cerro de Aragón.
Se tuvo que allanar la zona, pero los terrenos no eran firmes, por eso se tuvo que levantar el segundo muro de contención.
Por el lado contrario (lo que hoy es la fachada frontal de la iglesia), los algeteños jugaban al frontón. La iglesia que se construyó aproximadamente en 1550, de estilo mudéjar, contaba con su puerta principal, la puerta del Sol, en la que ahora es la parte de atrás.
Bajo su porche se celebraban las reuniones del concejo. Pero tras un robo en 1898, en el que que se llevaron todo el oro y la plata, hasta descosiendo las casullas de oro del cura, se decidió cerrar esa puerta y abrirla en la actual ubicación.
Con el tiempo y más recursos se pudo construir la torre de cuatro cuerpos. Se puede ver que en la base los sillares antiguos que pudieron ser restos usados del barrio del Castillo son de piedra rubia de Tamajón.
Y hasta aquí fue lo que nos dio tiempo a ver esa mañana. Nos quedamos con ganas de más, porque todavía hay mucho que conocer. Así que José nos emplazó gustoso a una próxima cita. Avisaremos con tiempo para que reservéis la fecha. Gracias a José por su tiempo, su relatos y sus conocimientos, y también muchas gracias a los más de 60 vecinos y vecinas que vinisteis a compartir la mañana con nosotros.
Fotos: Betty Luján
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